lunes, 10 de octubre de 2011

Democracia 2.0: transparencia

Ahora que las elecciones se acercan, se echa en falta algún candidato que, al menos, prometa transparencia. En la época de la Transición la prioridad de los ciudadanos era el mero hecho de votar y con el voto, elegir. Años después, en vista de la gestión lobbista que la clase política hizo de los votos, a la ciudadanía, resignada, solo le quedó exigir transparencia en las Finanzas Públicas. ¿En qué grado? En un grado total y absoluto.

El Congreso se ha convertido en la finca particular de una minoría afortunada que se ha atrincherado en la defensa de sus intereses. La prensa, partidista, contribuye con su complicidad a la consolidación del statu quo. Se trata de la misma prensa y los mismos políticos que ningunearon el 15M y a los indignados y que no se dan por aludidos ante el clamor que demanda conocer al detalle el destino de los impuestos.

En la época de la corrupción, del pelotazo, del cohecho, de los sobornos, del dinero negro, de las concejalías de urbanismo, de los maletines, de la evasión fiscal y de los regalos a políticos es urgente un desglose detallado hasta el céntimo de todos y cada uno de los gastos públicos y también de los ingresos. Que cada vez que un euro se mueva de un departamento a otro de una administración pública, haya una constancia inmediata y pública de este movimiento. Que se sepa sin sombra de duda cuánto cobra del Erario Público cada empleado, desde el bedel de una escuela hasta el Gobernador del Banco de España, sin partidas ocultas. Que se publique cuánto recauda cada Comunidad Autónoma y cada Ayuntamiento, cuánto entregan al Estado y cuánto reciben. Todo ello de una manera clara, eficaz e inmediata.

Internet hace todo esto posible. El ciudadano, el votante, debe tener acceso gratuito, claro y desde casa a todos estos movimientos. Que por ley las Administraciones estén obligadas a facilitarlos y que lo hagan sin esperar a que alguien los reclame. Que la información no esté expuesta a la manera de los antiguos recibos de la luz o el gas, a duras penas inteligibles para el ciudadano común. Y que todos los datos sean accesibles desde un único portal de la red y no desperdigados en infinidad de boletines, anexos o decretos.

Que los votos dejen de ser firmas en una hoja en blanco. La crisis y los mercados han enseñado al ciudadano algo que ya sabían desde hace tiempo los políticos: que el poder no son los escaños, sino lo que se hace con el dinero. Así, la mejor fiscalización de la labor política no es ya el cumplimiento o no de las promesas electorales, que ya apenas se cumplen; sino el buen uso o el derroche que se da al dinero de los impuestos. Se preguntaba antes el grado al que debe llegar el desglose del uso del dinero. La respuesta es hasta tal grado que impida la corrupción y los extravíos de partidas por el camino.

Es vergonzoso que haya que reclamar esta transparencia, pero más vergonzoso es que esta reclamación no pertenezca al programa de ninguno de los dos candidatos principales y, en general, del de ninguno que tenga posibilidades serias de ganar. La transparencia debe empezar por el dinero e ir abarcando todas las actividades de la Administración hasta el extremo de incluir incluso las órdenes por escrito de la cadena de mando de la policía a los antidisturbios, la identificación de todo funcionario público y así en adelante.

Cuando los políticos se nieguen, deberemos exigirles al estilo de las resoluciones judiciales, que indiquen los artículos de las normas en los que se amparan para negarse a permitir que el pueblo vigile su actuación. De otra forma, la evidencia de una democracia secuestrada por la burocracia y los intereses particulares acabará manifestándose con tanta claridad que eclipsará el Sol. Hace tiempo que la gente corriente, la gente indignada, se pregunta por las prerrogativas que se arrogan los políticos para ocultar lo que hacen con el dinero público y con los votos. Excepto en casos muy puntuales, un Wikileaks estatal no debería ser necesario, porque la información no pertenece a los políticos, sino a los votantes. Algo que parece que determinadas personas se resisten a entender.

La era de la información llama a la puerta... a patadas.