Ahora que las elecciones se acercan, se
echa en falta algún candidato que, al menos, prometa transparencia.
En la época de la Transición la prioridad de los ciudadanos era el
mero hecho de votar y con el voto, elegir. Años después, en vista
de la gestión lobbista que la clase política hizo de los votos, a
la ciudadanía, resignada, solo le quedó exigir transparencia en las
Finanzas Públicas. ¿En qué grado? En un grado total y absoluto.
El Congreso se ha convertido en la
finca particular de una minoría afortunada que se ha atrincherado en
la defensa de sus intereses. La prensa, partidista, contribuye con su
complicidad a la consolidación del statu quo. Se trata de la misma
prensa y los mismos políticos que ningunearon el 15M y a los
indignados y que no se dan por aludidos ante el clamor que demanda
conocer al detalle el destino de los impuestos.
En la época de la corrupción, del
pelotazo, del cohecho, de los sobornos, del dinero negro, de las
concejalías de urbanismo, de los maletines, de la evasión fiscal y
de los regalos a políticos es urgente un desglose detallado hasta el
céntimo de todos y cada uno de los gastos públicos y también de
los ingresos. Que cada vez que un euro se mueva de un departamento a
otro de una administración pública, haya una constancia inmediata y
pública de este movimiento. Que se sepa sin sombra de duda cuánto
cobra del Erario Público cada empleado, desde el bedel de una
escuela hasta el Gobernador del Banco de España, sin partidas
ocultas. Que se publique cuánto recauda cada Comunidad Autónoma y
cada Ayuntamiento, cuánto entregan al Estado y cuánto reciben. Todo
ello de una manera clara, eficaz e inmediata.
Internet hace todo esto posible. El
ciudadano, el votante, debe tener acceso gratuito, claro y desde casa
a todos estos movimientos. Que por ley las Administraciones estén
obligadas a facilitarlos y que lo hagan sin esperar a que alguien los
reclame. Que la información no esté expuesta a la manera de los
antiguos recibos de la luz o el gas, a duras penas inteligibles para
el ciudadano común. Y que todos los datos sean accesibles desde un
único portal de la red y no desperdigados en infinidad de boletines,
anexos o decretos.
Que los votos dejen de ser firmas en
una hoja en blanco. La crisis y los mercados han enseñado al
ciudadano algo que ya sabían desde hace tiempo los políticos: que
el poder no son los escaños, sino lo que se hace con el dinero. Así,
la mejor fiscalización de la labor política no es ya el
cumplimiento o no de las promesas electorales, que ya apenas se
cumplen; sino el buen uso o el derroche que se da al dinero de los
impuestos. Se preguntaba antes el grado al que debe llegar el
desglose del uso del dinero. La respuesta es hasta tal grado que
impida la corrupción y los extravíos de partidas por el camino.
Es vergonzoso que haya que reclamar
esta transparencia, pero más vergonzoso es que esta reclamación no
pertenezca al programa de ninguno de los dos candidatos principales
y, en general, del de ninguno que tenga posibilidades serias de
ganar. La transparencia debe empezar por el dinero e ir abarcando
todas las actividades de la Administración hasta el extremo de
incluir incluso las órdenes por escrito de la cadena de mando de la
policía a los antidisturbios, la identificación de todo funcionario
público y así en adelante.
Cuando los políticos se nieguen,
deberemos exigirles al estilo de las resoluciones judiciales, que
indiquen los artículos de las normas en los que se amparan para
negarse a permitir que el pueblo vigile su actuación. De otra forma,
la evidencia de una democracia secuestrada por la burocracia y los
intereses particulares acabará manifestándose con tanta claridad
que eclipsará el Sol. Hace tiempo que la gente corriente, la gente
indignada, se pregunta por las prerrogativas que se arrogan los
políticos para ocultar lo que hacen con el dinero público y con los
votos. Excepto en casos muy puntuales, un Wikileaks estatal no
debería ser necesario, porque la información no pertenece a los
políticos, sino a los votantes. Algo que parece que determinadas
personas se resisten a entender.
La era de la información llama a la
puerta... a patadas.